Área Pequeña

Abundan las semanas en las que hablar de fútbol navega, indolente, plácidamente, entre la secuela de un Ángel Contreras Plasenciapartido y la previa de otro. Tocaba este lunes lamerse las heridas posteriores al traspiés que sufrió el Albacete en la tarde del sábado, fea como ella sola, ante una afluencia paupérrima de espectadores que pone, una vez más, en cuestión, la misma cifra oficial de abonados (que no es la misma que de abonos, si se me permite el malabarismo). Era propicia la semana para esa eterna discusión, si el árbitro ayudó a la derrota, si hay que achacar la desgracia, de nuevo, al denostado central goleador, que de todas esas formas se puede llamar a Miquel Buades, o si la diosa Fortuna (Contreras dixit) fue, una vez más, esquiva para con los intereses del equipo albaceteño.

Capítulo aparte merecen las alineaciones de Ferrando. Como en aquellas fotos en las que, en época de Stalin, desaparecían individuos misteriosamente tras el oportuno retoque (y eso que todavía no tenían el fotochó en la extinta URSS), de las alineaciones ferrandinas salen, como por encanto, jugadores que cumplen en el campo, y, así lo dicen los profesionales que siguen el devenir cotidiano de la plantilla, entrenan como el que más. Este año le ha tocado la china, a lo que parece, a Juan Carlos Sanz, jugador que vino sin hacer ruido y demostró con humildad que podía tener un hueco en el once. Sin comerlo ni beberlo (a lo mejor fue por eso) se quedó en el banquillo en los últimos encuentros, para mayor gloria de Barkero, que lo que es a día de hoy, no supera al bueno de Sanz.

El uno por el otro, la casa sin barrer. Enfrascado en la [.....]

[.....] incógnita Azkorra-Gato, le da Ferrando vueltas a la cabeza a ver cómo resolvemos la falta de gol. Y en este entierro no tienen vela los Césares, ni Cortés ni Díaz, sin siquiera para dar, en especial al canterano, la oportunidad de que le veamos desempeñar su labor durante más de los diez minutos que ha venido jugando tan ocasionalmente. Puede que César Díaz quede en un proyecto de jugador, como tantos de los que vistieron la camiseta de las selecciones inferiores con éxito. Puede que la Segunda le siente grande a un jugador tan joven (le quedaba pequeña a Pacheco, y va a ser al revés con Díaz). Pero, en todo caso, siempre queda la impresión de que el camino hacia la titularidad es de rosas para el que llega, y un pedregal para el que ya estaba aquí.

Y llegó Bandera Blanca. Se armó el belén. Disparando a diestro y siniestro, eso sí, con balas de fogueo, sin munición accionarial, apoyados en el rumor, se despacharon Galiacho y los suyos con una carga de profundidad hacia el Consejo que podría haber hecho más daño si no se hubiera quedado en lo superficial. Aun así, el toque de atención y el aviso a navegantes no tendría que caer en saco roto en cuanto gran parte de las afirmaciones vertidas en el comunicado son vox populi en la grada. Ahora bien, si se me permite el humilde consejo, si piensan plantear batalla en la Junta General tendrán que ir armados con algo más que "me han dicho, me han contado".

Bandera Blanca adelantó el trapo, y Contreras embistió, como era de esperar. A oleadas de manso con genio, pero embistió; con poca clase, sin nobleza. La faena carecía de lucimiento, por ambas partes. Los de la Bandera citando sin arrimarse, fueracacho, y el Consejo que no se empleaba, ora se quedaba debajo de la muleta, ora salía de la suerte con la cara por las nubes. El resultado, por lo tanto, no podía ser otro que silencio mayoritario, con algún atisbo de división de opiniones (unos en su padre y otros en su madre, que decía el clásico).

Lo peor de Contreras es que ya ha empezado a repartir diplomas de albacetismo. Éste me halaga, ama a su Alba; el otro me fustiga, no quiere a nuestro equipo. Los otros siempre están desinformados, obran de mala fe, y obedecen a oscuros intereses. La mano negra, como siempre. El Consejo sí que defiende al Albacete, tiene proyectos. Tan concretos como los oscuros intereses, por cierto. Y se pierde en un mar de descalificaciones hacia la plataforma; inventando, eso sí, sus cosillas. Inefable Ángel; ahora no hay vicepresidente económico, es el Consejo el que asume, mancomunadamente, la responsabilidad y la ejecución de la política económica, con un asesor externo. Es decir, que, si bien, como parece, ninguno de los consejeros es un experto reconocido en finanzas, las directrices económicas las marca otro señor, en este caso absolutamente ajeno al club; don Juan Oliveros, para más señas, el propio Contreras ha lanzado el nombre. ¿Le preguntarán, entonces, a don Juan, por los entresijos económicos en la próxima Junta? ¿Responderá un consejero elegido al azar –o por cooptación, que suena más moderno? ¿O será Fuenteovejuna, y se lanzará el Consejo en Pleno a explicar balances y presupuestos?

Perdido, como casi siempre, en el maremágnum de lo que oye, lo que le dicen que diga, y lo que a él le hace gracia, suelta cual papagayo el mismo discurso. Igual da que enfrente tenga a Castelo, a Antonio Sánchez, a Tano Mora o a San Pedro Bendito. Después de un discurso plano, cargado del simplismo con que se maneja tanto en el lenguaje como en el argumento, va y suelta al primero que se le pone por delante que él se irá como llegó, "ligero de equipaje". Casi desnudo, como los hijos de la mar, por terminarle la cita a don Ángel. No sé si Machado se refería con eso a que iba a dejar este mundo con un Rolex (oportuna acotación de Villaescusa en su entrevista al presidente), pero me temo que don Antonio se fue al otro mundo, allá en Colliure, sin más hora que la de un despertador de mesita. No fastidiemos más de lo necesario, buen hombre.