Área Pequeña

El Carlos Belmonte se vacíaVenían los parientes a la Feria; los amigos que vivían fuera, aquellas otras amistades que se hacían en las vacaciones, cuando el verano tocaba a su fin y quedaban emplazados para septiembre, con la hospitalidad proverbial de los habitantes de estos llanos. Doctores tiene la iglesia para glosar la épica del ferial, para evocar la nostalgia de los puestos de la Cuerda, los turroneros, las verbenas y los de los buñuelos; son cronistas también nuestros padres, que nos deleitan con aquellos relatos heroicos de las casetas de tiro y el paseo, cuando en Albacete, del siete al diecisiete de septiembre, desde el kiosco de los helados de Rueda al mismísimo templete pasando por el fielato obligado del Pincho y la Puerta de Hierros, la Feria era otra cosa; ni mejor ni peor, diferente.

Viniendo a lo que nos ocupa en estas líneas, recuerdo muchos partidos en el Carlos Belmonte coincidiendo con la Feria. Sólo fútbol, o fútbol apresurado después del espectáculo taurino que requería la ocasión. En todo caso, partidos en los que se veían paisanos y foráneos compartiendo bocadillo en el medio tiempo, haciendo un paréntesis para coger fuerza y volver a la vorágine del paseo y el recinto ferial y acabar la noche como se podía. Siempre era un motivo para acudir al campo, se fuera o no habitual del fútbol. No era raro ver en esas ocasiones una de las mejores del año. Anoche, sábado de Feria, dicen que cuatro mil ciento setenta y tres; escépticos como yo veíamos el aspecto de la grada de marcador, y nos permitimos dudar de tales cifras.

La hemorragia de aficionados que se viene observando en las últimas temporadas se achaca con frecuencia, desde quienes presumen de bien informados y conocedores de la grada, a que en Albacete hay una afición de vaivén, que siempre se cifra en cuatro o cinco mil espectadores; se da por sentado, se pontifica sobre la cifra mágica y se cruza uno de brazos; cuando al estadio vayan tres mil, no modificarán la cantinela, y cuando la llama del amor a los colores se extinga (acontecimiento que no resulta descabellado que se producirá, a poco que se sigan empeñando en esta política) seguirán cegados en su idea de que el aficionado de a pie está obligado a subir como un borrego la breve pendiente de la Avenida, que en ocasiones se torna rampa del Tourmalet, a pesar de que el espectáculo que le ofrecen ver es paupérrimo; eso sí, a precio de palco del Teatro Real.

Vamos por la cuarta temporada en la que  [.....]

[.....]  el espectáculo futbolístico que se vive sábado sí y domingo también aburre cuando no enerva. En otras circunstancias, con otra afición, con la lógica crispación de quien ve sus expectativas una y otra vez incumplidas, se verían pañuelos, gritos; con la anestesia que viene desde hace algunas temporadas, ni viejos ni jóvenes se levantan. La impresión sigue siendo alarmante; dejar que la vela se extinga parece importar a pocos.

Hoy es el día en que veo a mi equipo en la cola de la clasificación. Con un punto, todas las alarmas han saltado. Se prevé, como mínimo, una temporada de sufrimiento. ¿A quién hay que agradecerlo? En mi opinión, una vez transcurridos cien días de tregua, cabe ya empezar a señalar al Consejo.

Ubaldo González ha llegado a un club de fútbol sin más idea que la de cualquiera; desconoce en absoluto los entresijos de la gestión empresarial (visto que Contreras fue presidente unos cuantos años, parece que el requisito se puede obviar); profesional del derecho con ínfulas de descubridor de las Américas de teoría jurídica, ahí reside su único mérito; sabe inglés y no fuma (aspectos de currículo que yo mismo me atrevería a decir que cumplo). Solvencia económica no consta; con eso y ya, ha subido a cotas de relevancia social que seguramente le permitirán empezar a venderse como lumbrera universitaria, desde su despacho de profesor asociado (primer paso del escalafón docente, después de dieciocho años en el campus, relativiza un tanto sus méritos académicos). Promoción personal que le reportará poder abrazar alguna que otra farola política, como tantos otros hicieron antes.

Ubaldo, visto que el listón de la corte que rodea a todo Consejo directivo se mueve en alturas que no producen vértigo, tiró de amigos para constituir su mesa redonda; quiso ser primer caballero y, de no espabilar en breve tiempo, quedará para último mono de un Consejo en el que decide un exárbitro, y en el que parece que hay más asesores que miembros de número. En éstas estamos, que dijo Ubaldo a Contreras, quítate tú para ponerme yo, y al final, cumplir el célebre “cambiarlo todo para que todo siga igual”.

Con el atrevimiento propio de la ignorancia, mal asesorados en general, y en algunos casos bastante desubicados, han tratado de sacar ventaja de la triquiñuela de manual jurídico en el asunto del despido de director deportivo y adjunto, en el que ensayan aportaciones académicas a mayor gloria de Ubaldo. Que digo yo que en vez de andar tirando de manuales y sesudos dictámenes, podrían acabar antes poniendo a la afición de su parte, aunque parezca demagógico, dejando de una vez claro qué pasó con la dirección deportiva en tiempo de Contreras, que iba para Watergate, y quedó en agua de borrajas en cuanto los conocidos como Banderas ocuparon sus sillones en la Avenida de la Estación.

El sueño de la razón produce monstruos; cuando la lógica se pierde, y los argumentos dejan de proceder del seso y surgen de los genitales, nos encontramos una vez más ante el esperpento, que creíamos desterrado desde que el honrado comerciante dejó su puesto al jurista ambicioso. Por los susodichos genitales se ha establecido que juegue Valbuena. Como el que vale no renueva en las condiciones que pone el gladiador (Máximo), tanto da que en la portería se ponga Pepe o Paco; hasta que Javi no pase por el aro, aquí estamos, recibiendo goles como posesos. Claro que, se me olvidaba, hay un portero suplente. Pero Quique Hernández no se atreve a ponerlo, por si acaso se descubre algún pastel; el algodón no engaña, y empiezo a sospechar que en el fichaje de Jonathan esté uno de los primeros trapos sucios de la era de Ubaldo.

Así van cuatro partidos: un punto. Los interrogantes deportivos siguen sin ser despejados, e incluso van en aumento. Hasta ahora nos preguntábamos qué hace falta para que Valbuena vea los partidos en su palco, a sus anchas, con su refresco y lo mejor acompañado posible. También algún atrevido se cuestiona quién hará la labor de Cañas o Zahínos, visto que el tal Iker Begoña anda para el arrastre. Quién suplirá a Parri, quién creará el juego que intermitentemente desplegaba David Sánchez. Qué ha de demostrar Juan Carlos Sanz para hacerse de nuevo con el hueco que tuvo y en el que cumplió. Por qué no juegan Pablo Gil o Rangel en la posición de central en el lugar del experimento brasileño. De qué juega Fran Moreno. Por qué se ha esperado al último día para conformar la plantilla, dando unas ventajas a otros equipos de las que nos podremos arrepentir.

Hablar de un partido que termina 1-4 no merece ni una línea más. Sirvan estas últimas palabras para el recuerdo a un albaceteño de pro, querido por los que lo vimos primero jugar, y después dejarse la piel en el banquillo en situaciones de riesgo cierto. Fue el minuto de silencio que se guardó el sábado en memoria de su hijo fallecido uno de los más sentidos que se recuerdan en nuestro estadio. Silencio, respeto y luto.