Área Pequeña

España en Basilea

Permítanme la licencia de dejar a un lado al Albacete Balompié, a los coletazos de la horrible temporada que no hace tanto enterramos, al desmantelamiento de la plantilla que parecía destinada a obtener mayores metas, al nuevo proyecto bajo cuyo estandarte Contreras y los suyos se aferran a sus asientos. Déjenme que me olvide por un día de Ferrando, de Aranda, de Bermejo y de las andanzas de todos y cada uno de ellos. No me prohíban que escriba de cosas diferentes a la indisciplina, a la falta de profesionalidad, a la ineptitud en la gestión de un grupo humano, cosas que ya aburre siquiera mencionar. No me prohíban hoy que dedique estas líneas a otro equipo que duele. Hoy es el primer día después de la última eliminación, después de la enésima decepción. Otra vez España, otra vez de vuelta a casa.

Como cuando los niños vuelven a clase tras la Navidad, como cuando recogemos los adornos navideños, el árbol al trastero, el belén a su caja, por aquí unas guirnaldas, por allá el calcetín y el trineo de Santa Claus con sus afamados renos. Como ese día en que todo se guarda en espera de que habrá que volver a sacarlo a no mucho tardar, con el mismo cuidado, así recogemos hoy las banderas, con ese esmero doblamos las bufandas y las camisetas de España, para que esperen pacientemente en su cajón hasta la próxima vez que vayamos a competir a un campeonato en que, sin duda, pasaremos la primera fase, nos volveremos a creer que, por fin, la barrera del partido a cara o cruz contra ese gigante, o molino, o lo que corresponda, se podrá franquear terminado así con esa maldición ancestral, el maleficio que persigue a la camiseta roja allá donde va.

No importó esta vez que [.....]

[.....] la selección no tuviera el plácido camino de las Bielorrusias o las Estonias de turno para llegar a la fase final en la que, indefectiblemente, van a morir las esperanzas del común de los aficionados, como nuestras vidas a la mar, que decía el clásico. Que nos viéramos con el agua al cuello de la repesca debería haber sido suficiente para haber bajado los humos del eterno aspirante a gallito mundial. Pero en el país en que la ONCE hizo furor con aquel estribillo de “no me llames iluso porque tengo una ilusión”, millones de escépticos se convirtieron en ilusos por un mes. Quienes no tienen un pelo de tonto, y en su vida cotidiana no admiten ni un pase, se llegaron a creer que Villa era Ronaldo, que Torres ya tenía línea directa con el Olimpo de Pelé, y que, de verdad, Reyes le iba a demostrar al mismísimo Henry lo que de manera no demasiado afortunada le había espetado Aragonés en un entrenamiento que trajo tanta cola. Esto por no hablar de que los franceses que nos esperaban en octavos saldrían al campo con la botella de oxígeno a cuestas, y con el billete a la residencia de la tercera edad entre los dientes.

Otra vez de vuelta a casa. Recogidos ya los elementos externos que nos identifican con los de la camiseta roja, queda dentro una muesca más, el hito por el que recordaremos el Mundial de los alemanes, como tantos otros iconos que se apilan en el altar de la desgracia, la foto con la que recordamos cada campeonato será esta vez la de Sergio Ramos desviando el remate de Vieira, que ocupará lugar preferente junto a la de Luis Enrique con la nariz sangrando, el balón entrando por debajo de la barriga de Arconada (también contra Francia, también tras una falta que no fue), Salinas fallando y Baggio ejecutando, junto con las de los penaltis fallados, donde tienen lugar preferente Eloy Olaya y Raúl, todas las fotos y todos los recuerdos que nos dicen que tampoco era el 2006 el año de la redención, ayer no era el día D en que el conjuro eterno ha de saltar en mil pedazos. Aunque tenga que ser en el momento supremo, el mismo en el que el hidalgo manchego se libró por fin del encantamiento, llegará el día en que once de rojo se planten más allá de los octavos y de los cuartos. Así sea.

Suenan rumores de que el llamado “Sabio de Hortaleza” no continuará al frente de los destinos de la selección. Es viejo Aragonés, sabe más por viejo que por cualquier otra cosa, jugador, de fútbol y de lo otro, y soltó un órdago a la grande que lo ha dejado en paños menores. Y, si no es jugador fulero, debe hacer honor a su atrevido envite y viajar de vuelta a sus aposentos de invierno. Sabía que llevaba buena mano pero las cartas se volvieron contra él, que esperaba una victoria incómoda ante Suiza o Corea, mejor contra ésta última, así la venganza del 2002 lo llevaría en volandas a un partido épico contra Brasil. Y ahí, clásico al canto, alea jacta est, la moneda en el aire, la gloria de la victoria, o la derrota gloriosa. Pero, una vez más, la lechera no llegó al mercado, y vuelven los nuestros con la cabeza gacha, pensando en lo que pudo haber sido y no fue, por si no lleváramos ya bastantes tópicos. Proyectos, ilusiones, éxitos de las categorías inferiores, la fase de clasificación, levantar el ánimo de la afición de nuevo, otros dos años de travesía del desierto hasta llegar a la próxima Eurocopa. A por ellos, oé.