Área Pequeña

Del Cerro Grande haciendo de la suyas en el ALBA-MÁLAGAUn seguidor (¿o mejor debería llamarlo sufridor?) veterano, llamémoslo añejo, para qué engañarnos, se toma un café conversado en plena Avenida de España, a las cinco de la tarde dominical, bajo los últimos rayos de sol que en el año permiten todavía saborear el susodicho café en una terraza. Resulta ser que comparte tertulia con los muy afamados artífices de soydelalba.com, a los que se van uniendo otros no menos célebres contertulios, cual Carrizo de La Tribuna, el gran Delcani sin su inseparable Tauro, al que esta vez sustituye su propio padre, a lo que se ve, con mejor resultado para nuestros colores; todos ellos convocados a la celebración por el sumo sacerdote JuanLUX y cónyuge; se dejan caer a saludar ilustres de Foroalba, Rovaniemi, Heidelberg y Tetex.

Mientras desfilan los pocos pero animosos integrantes de la marcha que los entusiastas de Foroalba, encabezados por el Piraña (que va a terminar haciéndose con el cotarro mucho antes de acceder a la mayoría de edad), han impulsado, el factótum de carlosbelmonte.com nos reparte con arrobo una colección de estampitas, o incunables del albacetismo, en las que se dan cita Dertycia y Zalazar, Magín y Sotero, Geli y Marcos, los de la 95/96, temporada que acabaría con la funesta promoción ante el Extremadura, de la que tanto disfrutarían los de Almendralejo y los que no lo eran tanto. No van solos los santicos; yo beatifico al calvo pero ya mismo, y lo llevaré en la cartera al estadio como el taxista a su San Cristóbal, el torero a su Esperanza de Triana, y el presidente (ya sabéis, el dueño de Hugo) a su Gran Poder. No van solos, que vienen acompañados por el deuvedé del último ascenso, una borrachera de  [.....]

[.....] alegrías cuya resaca dura más de lo que sería deseable. Armado de estampas y soporte digital, con un animoso repaso por la segunda división de parte del padre del forero que llegó de los Madriles y se hizo albaceteño al mismo llegar, continúan los signos; el destino llamaba a mi puerta, la tarde dejaba en bandeja los tres puntos; Travolta y Marilyn, ahí es ná, y no era Hollywood, que era la puerta de preferencia; sin olvidar que un par de horas antes me había caído una copa de cava en la ropa; los hados me perseguían, por una vez para bien, y sin que sirva de precedente. 

Todo eso sonaba bien, y yo andaba fantaseando con goleadas mientras veía entrar a los habituales; por allí andaba también Carlos Parra, omnipresente. Empecé a oír unas notas que me sonaban familiares; música de banda, como la que se oye del siete al diecisiete de septiembre en los balcones de la calle de la Feria (y los vecinos todavía salen al portal al son del pasacalles); miro al césped y veo al frente a la cara conocida; el maestro García a los mandos, entonces la banda es la de Pozohondo. A los toros nos vamos derechos, a que suene la música en medio de la faena, a que naturales de mano baja hagan crujir los tendidos, y la plaza, boca abajo, pida trofeos. Sonó “Puerta Grande” en los medios (en el centro del campo, vamos); sin género de dudas, se me representó Barkero de luces y a hombros Avenida abajo, como cuando, en tiempos, llevaban enardecidos a Manolete o a Luis Miguel de Las Ventas, enfilando Alcalá a Manuel Becerra, cuando no alargaban el viaje hasta la puerta del hotel. Lo vi claro, ayer era faena de dos orejas. Como el título del pasodoble con que concluyó el maestro Manuel, faena de puerta grande.

Entrando en lo meramente futbolístico, ya que hoy no toca acordarse de las miserias de un Consejo que, al menos esta vez, optó por la cordura e hizo lo posible por movilizar a una masa a la que costará volver a hacer que crea en empresas más arriesgadas; corresponde hoy dejar a un lado a exárbitros, experiodistas y demás consejeros, asesores, palmeros y demás familia. Es el día de recordar las enormes cabalgadas de un Ferrón que enardeció a la grada; el soberbio partido de Calandria, la clase magistral que salía de las botas de Morán; el trabajo de Noguerol, la eficacia impasible; momento de recordar que el entrenador entrenó, alineó a los mejores y les dio órdenes precisas en un sistema sin florituras ni enrevesamientos: jugar con ganas, motivados, del primero al último minuto.

El último minuto se vivió de pie, el mosqueo de la expulsión de Alegre derivó en incredulidad e indignación con el penalti que transformó el poco querido Salva, y dio vuelta de tuerca con el subsiguiente señalamiento de la pena máxima a César, la cual interpretamos en clave de máxima expresión de la justicia divina, o, más prosaicamente, de síntomas de descomposición estomacal de un colegiado que decidió, parafraseando a César Ferrando, no sobrecargar de trabajo a las Fuerzas de Orden Público, y quién sabe si tal vez a la compañía aseguradora de su integridad y la de su vehículo. Por ello mismo, quizá, cuando Barkero se disponía a dar la conclusión de happy end que merecía un guión como el de ayer, un desconocido compañero de grada glosaba la jugada como paradigma de la emoción y la descarga de adrenalina que sólo el fútbol nos puede brindar. Claro, desconocido vecino, que para presenciar tal impacto hemos tenido que ver pestiños de categoría especial. Pero menos da una piedra.