Área Pequeña

La familia del Alba

"Hay hombres que luchan un día y son buenos.Hay quienes luchan muchos días, y son muy buenos. Y hay quienes luchan toda su vida; esos son los imprescindibles"  Bertolt Brecht

Todos aquellos que conforman lo que se podría dar en llamar “familia” del Albacete Balompié; todos los que hoy en día están implicados con la camiseta blanca; todos los que trabajan por el club; el accionista que posee una acción preciada, el que detenta un paquete de cien títulos y el empleado que vigila los tornos de la entrada; jugadores y técnicos, abonados, aficionados y periodistas; me atrevería a decir que hasta aquel anónimo individuo que un día expresó sus simpatías por el equipo de fútbol, en tiempos en los que hablar de Albacete dejó de ser mentar a la vieja y el viejo de la copla casposa. Todos estamos hoy ante un momento grave; resultará, sin duda, pretencioso calificarlo de histórico, si no fuera porque es parte de la historia, si se quiere personal, pero tan querida y cercana como la de la propia ciudad de la que toma el equipo su nombre. Puestos a dar un cierto tono de solemnidad a lo que podría entenderse como trivial (no llegaremos a definirlo, tampoco es eso, como una cuestión de vida o muerte, ni siquiera algo más importante que todo eso, que decía aquél), no es momento de medias tintas. En su justa medida, nadie morirá por la causa, ni falta que hace; pero es tiempo de gigantes.

Resulta complicado ponerse en perspectiva; salirse de los árboles para echarle un ojo al bosque. Cualquiera que haya seguido tertulias, debates y foros, quien más y quien menos, ha entrado en la vorágine consustancial a los [.....]

[.....] asuntos últimamente relacionados con el Albacete, se ha posicionado, con sus filias y sus fobias, con respecto a los múltiples acontecimientos que han jalonado el devenir de la institución en los últimos tiempos. Tiempos difíciles y dolorosos, donde lo zafio y lo gris se han comido sin piedad lo brillante de una temporada que culminó con un ascenso a Primera, tan celebrado como sorprendente. Y, llegados a este punto, el bosque que antes mencionaba no es otro que la propia supervivencia del fútbol profesional en una ciudad que puede, y debe, como uno más de sus activos, contar con el espectáculo deportivo al mayor nivel posible. A estas alturas de la película, nadie contestará que el fútbol de alto nivel otorga un valor añadido no sólo a los aficionados que sustentan el tenderete, sino al propio espíritu de la ciudad en la que se asienta. Sin hacer demagogia de saldo, cabe señalar que el equipo representativo de la localidad se constituye, a poco que dé la semilla de sí, en seña de identidad; no hablaremos de quién es más y quién es menos, ni sugeriremos el debate de qué es más relevante; solamente constatamos que, en cierta medida, el equipo se convierte en un elemento de referencia, en cierto modo diferenciador. Así que lo que se ventila en el brete en el que está colocado el Alba no puede ser simplificado a tener o no tener fútbol un domingo sí y otro no. O a lo mejor sí puede ser. La cosa consiste en identificar cuántos vamos en el barco.

Si somos tres, contándome a mí, no merece la pena el esfuerzo. Ni dedicarle unos minutos a reflexionar en cuatro líneas sobre el cariz que toma la situación y el camino que habría de ser seguido. Si sólo son los accionistas de referencia, que se lo guisen y se lo coman ellos; me empiezan a cansar los movimientos entre bastidores. Si son los políticos que asumen con grandilocuencia la misión casi mesiánica de salvar al moribundo, apareciendo en el momento difícil para conseguir la foto buena, para ese viaje no se necesitan alforjas, es fácil tirar de erario público. Si son los cuatro mil que van al campo, pues sintiéndolo mucho, habrá que buscar alternativas; el cine, el periódico, la tele y el sofá también tienen su atractivo. Yo, sin embargo, sigo con mi proverbial ingenuidad; creo rotundamente que somos más; creo que hay terreno para sembrar, si bien hoy está en barbecho; me ilusiona, idiota de mí, volver a ver cientos de caras felices, de expectación, subiendo por la Avenida; y tertulias de café con la pasión desatada por qué pasará el domingo; y que el fútbol sea un espectáculo libre de embrutecimiento; y que un día la Fuente del Parque vuelva a ser un hervidero de alegría, de bufandas al viento, al agua, que regrese la locura por un minuto. Y que toda la ciudad sea otra vez el Alba.

Los gigantes tienen que dar un paso al frente, deben asumir la tarea ingente de no dejar morir a nuestro equipo, sin mirar atrás, aceptando que un futuro de enorme sufrimiento los espera; que será ingrato, semana tras semana, dormir con la incertidumbre cuando no con el desánimo; con la enorme recompensa, no obstante, que dará salir del trance más delicado que ha visto nuestro club. Todos seremos gigantes; tendrá que haber gigantes en el palco, pero también en la grada y en los micrófonos. En cada esquina del estadio habrá un gigante, y en el césped habrá otros tantos. Cada uno cumplirá con su obligación; unos cogerán las riendas, los demás haremos lo que nos sea requerido. Y lo vamos a conseguir. Enanos fuera.