Esto no es Anfield, pero aquí le metimos once al Salud

A mi lado, un grupo de jóvenes con indumentaria del Nagoya pusieron cara de japonés. Les sonaba la melodía. ¿Nunca caminarás solo? But this is not Anfield, my friend, parecían insinuar con el gesto incrédulo. Claro que, inmediatamente, ante el clamoroso ¡¡ Podemos !! los del sol naciente terminaron de cortocircuitar al no ver el espectáculo de los Manolos de Cuatro, ni al guaje dispuesto a ejercer de Terminator como ningún otro sabe.
header_image
Nuestro orgullo. El Carlos Belmonte, nuestro himno y nuestro !!Alba, Alba!! ¿Qué mejor?
1
Yo soy más del tío Casimiro y a por el gol Albacete Balompié (y viva el Alba, que terminará por hacerse un clásico en estos lares), pero habrá que rendirse a reconocer que miles de almas cantando “walk on with hope in your heart” le suben la adrenalina hasta a los devotos del santo Catali.

En estas disquisiciones andábamos mi acompañante y yo en nuestra atalaya de preferencia poco antes de que saltaran al campo los nuestros el sábado cuando me volví a preguntar cuál era la razón que me parecía más contundente para desear con todas mis fuerzas que el partido contra Las Palmas no supusiera el pasaporte a la otra vida deportiva, temor que planeaba por la grada en caso de derrota.

Lo vi primero entre niebla, después más nítido. Un padre y su hijo de unos siete años andan por una Avenida con pocas casas; un edificio sobresale al pasar el Femenino, Hotel Los Llanos, lleva un año inaugurado si acaso. Estamos en 1970 y el frío se mete en los huesos, la gente que camina enfundada en abrigos de paño es toda gris, el Parque queda a nuestra derecha, por entre los árboles desnudos corre aire manchego de invierno, el que te atraviesa. Las casas nuevas empiezan a tener el lujo de la calefacción, pero el común de los mortales se apaña con el brasero de la mesa camilla y alguna estufa de butano que mitiga pero no calma.

Se me olvidaba, es domingo, cuatro de la tarde, la hora también es el icono del acontecimiento al que todos los de los abrigos se dirigen. El fútbol tiene su hora, como la misa del domingo, a la que el hijo acudió, religiosamente, esta mañana. El padre compra una bolsa de pipas, de la que darán cuenta en las próximas dos horas. Pipas Tasty, o algo así. Tardaremos algunos años en saber que “tasty” quiere decir “sabrosas”, por ahora, del significado no hay ni rastro, saben a puro rayo. Y andando, andando, llegamos al campo de fútbol. Sí señor, el campo, que ya habrá tiempo de llamarlo estadio, o “el Belmonte”; hoy es el campo de fútbol, rotundo y rural. Porque no viene el Madrid, ni en los sueños más felices se imaginan los dos peatones a Pirri, Amancio y los demás viniendo con Don Santiago a nuestro verde; podrían venir alguna vez los del Madrid, los del Atleti, los del Valencia, o los de Las Palmas, esos que juegan en el Estadio Insular, con mayúsculas. Claro que el par de dos se saben nombres de jugadores, los susodichos, pero también los de Adelardo, Calleja, Luis, Irureta, Gárate (es lo que tiene tener raíces colchoneras), y tantos otros. Los nombres que no nos sabemos son los del Cieza, que es a los que vamos a ver hoy. Porque se llamarán como los nuestros, Pepes y Manolos, de alguna manera hay que llamarse, pero serán más de andar por casa. Casi seguro que los nuestros, de blanco, y ellos se darán hasta en las cejas, es lo que tiene la rivalidad de la tercera división. Porque Albacete es de tercera, en el fútbol y en la vida. Algún día será de segunda, piensan los menos, pero de momento hay que conformarse con ir en el vagón de cola, en el de los asientos de madera, en el del tren gris del que bajan los familiares que vienen por navidad.

A los del Cieza no los veremos tampoco en la tele. La tele también es gris, nada tiene color, son grises los policías que hay en el campo por si pasa algo, se sientan en unas banquetas de madera a pie de césped. Salen los nuestros y los del Cieza, sigue haciendo frío, huele a tabaco negro y a puro, el tufo hace toser al pequeño. Los del Cieza y los nuestros se pelean por el balón, y al rato las camisetas ya no son blancas, están de barro hasta los ojos. El balón sale por la banda y uno de los nuestros, con una cara indefinible, se viene hacia la grada a recoger el balón. Tiene gesto de rabia, sudor y barro, dice el padre que va hecho un ecce homo, que véte tú a saber lo que quiere decir, pero seguro que bueno no es.

En fin, que se echa la noche encima y el niño se empieza a aburrir de tanto patadón y empieza a pensar en que, de camino a casa, igual el padre lo lleva a tomarse una coca-cola a un bar que se llama Salas; comprarán el penalti, que es una hoja con los resultados de la tarde. Lo importante es que ganen los nuestros a los del Cieza, que van uno cero y ya veremos al final.

Pues eso, que el sábado 27 de marzo de 2010 por la tarde, todos los que subimos la Avenida con la firme esperanza de ganar a Las Palmas habíamos convocado allí, a sabiendas o por instinto, a aquellos que nos llevaron al campo de fútbol por primera vez, a los padres y a los abuelos que pueden todavía verlo y a los que ya no están. A nosotros no nos hizo falta llevar la urna con las cenizas de ningún familiar, como un conspicuo hincha bético hacía no hace tanto en el Ruiz de Lopera, pero todos estaban citados. No faltó ninguno a la cita. Y a todos se nos escapó una mirada furtiva al cielo cuando oímos el pitido final, que nadie diga lo contrario, que no es verdad. Porque esos eran los nuestros, eran los mismos que le ganaron al Cieza la tarde de invierno que a mí me vino a la cabeza, iban de blanco y llevaban un murciélago en el escudo. Y punto. La mejor entrada que recuerdo, el Carlos Belmonte estaba el sábado a reventar; que sólo veíais seis mil, no os fijásteis bien. Lleno hasta la bandera, lo que yo te diga, hasta los anuncios, hasta el viejo marcador que se quedó sin números el día del Salud. ¿Qué no vísteis el viejo marcador con un agujero donde debía haber un once? Preguntadle a vuestro padre, a vuestro abuelo, que lo teníais al lado, leche. Y en el campo seguro que los más viejos que yo visteis a Ambrosio y a Camoto, igual que yo vi a Monroy y a Neme, y los más jóvenes vieron a Simeón y a Perera. Al que no vio nadie es a Zalazar, pero no hay cuidado, que no salten las alarmas. Al uruguayo lo tenemos entre algodones porque pronto viene el Salamanca al Carlos Belmonte, y nos interesa tenerlo en buena forma. Me huele a mí que va a ser decisivo ese día. Y, por si acaso, no pasa nada, tenemos a Conejo.